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Concierto de Juan de la Rubia en Moscu. 2013

El Sábado, 16 de febrero, el organista español Juan de la Rubia dio un concierto en la Catedral Católica de Moscú. Este joven músico (30 años) estudió para tocar el órgano y arte de la improvisación en la Universidad de Künste de Berlín y en el Conservatoire National de Toulouse, y perfeccionó sus conocimientos y habilidades bajo la dirección de maestros reconocidos de Europa.

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Ha ganado también los premios Andrés Segovia-J.M. Ruiz Morales (Santiago de Compostela, 2002), Premio Euterpe (Valencia, 2003), Primer Premio de la Real Academia de Bellas Artes de Granada (2004). Desde 2005 es profesor en la ESMUC (Escuela Superior de Música de Cataluña), y compagina su labor docente con la concertista, y organista de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Con sus conciertos en solitario, él ha viajado a muchas ciudades españolas, ha visitado varios países europeos, las Islas Filipinas y Guinea Ecuatorial. Juan de la Rubia ya había visitado Rusia y dio en Moscú y San Petersburgo conciertos que se celebraron en el marco de las fiestas de Navidad, bajo el patrocinio de la fundación “El arte de lo bueno”. Ya hemos contado a nuestros lectores sobre el concierto, celebrado en la catedral, en enero del año 2011, en el cual Juan tocaba villancicos populares, entre ellos una agradable sorpresa era una canción emblemática para los raphaëlistas del mundo entero – “El Tamborilero”. Decir que esa noche la catedral estuvo llena, es no decir nada. Una hora antes del concierto ya no quedaban entradas disponibles para los asientos numerados, y el aforo tuvo que ampliarse con sillas adicionales, e incluso, después del inicio del concierto la gente seguía entrando al recinto y los organizadores tenían que añadir más y más sillas. Antes del concierto, miembros de nuestra redacción estuvimos con Juan de la Rubia en el balcón del organista, en una cita prevista de antemano, para comunicarnos con el artista en su lugar del trabajo, aunque decir que lo que hace Juan es trabajo no sería cierto, ya que se trata de la creatividad inspirada en su forma más pura; y al mismo tiempo un trabajo difícil y duro, tanto en el aspecto físico como espiritual.

El programa del concierto que se celebró en la primera semana del ayuno católico (este año comenzó el 14 de febrero), era bastante estricto – Juan ofreció las obras de J.S.Bach, L.Vierne y M.Duruflé. El final de "La Pasión según San Mateo" que abrió el concierto, fue la clave de la noche. Durante el concierto se escuchó música que recordó de la pecaminosidad humana y del sufrimiento por la expiación  los pecados. Tras éstas interpretó obras llenas de la luz, hablando sobre el sol y el nuevo nacimiento, que adelanta la resurrección que es la esencia de la Semana Santa. Y se me ocurrió recordar esta palabra “pasión”, en sentido emocional, cuando miraba a la pantalla, en el que se transmitían imágenes desde el balcón del organista. Uno puede ver de cerca no sólo la compleja maquinaria de la consola del órgano, sino también la cara del maestro durante la actuación. Y de vez en cuando surgía una sensación de incomodidad interna, similar a aquella que surge cuando entras por casualidad en algún sitio Web pornográfico. Y esto me hacía desviar la mirada, porqué resulta difícil mirar a el alma desnuda, cara a cara, donde como si estuvieran escritos en letras mayúsculas, se leían todos los pensamientos y sentimientos del artista.

Con las ondas de su música el Maestro se va a otro mundo, donde esta enajenado de lo terrestre; él se regocija, está enojado, y con nostalgia mira el cielo, queda perplejo, está gozando de felicidad, sufre... se entrega a su actuación como tan solo puede hacer la gente verdaderamente dedicada, aquellos a quienes "la madre parió al artista", como suele decir Raphaël. Él mantiene un diálogo con el órgano, con el genio de la música, con el mundo... un diálogo difícil, si uno juzga por sus labios comprimidos, con la mirada dirigida más allá de los límites del mundo. Y con la cara de un hombre que parece decir: ¿es que no me entendeís? os expliqué de todo en el lenguaje universal de la música – ¿no lo teneís claro?, os dí de todo y os mostré todo lo que tengo y a mi mismo también. Parece que el maestro no sólo utiliza el teclado con manos y pies, para extraer el sonido, sino que aprovecha también una fuerza interior que hace los tubos de su instrumento responder a los cambios de su estado de ánimo. El músico saca las notas de las claves por una fuerza involuntaria tejida un encaje maravilloso, que se extiende sobre las cabezas de los oyentes que quedaban atónitos. Las manos del Maestro viven su propia vida, ellas desarrollan las partituras, volando locamente, bailando sobre la consola, cayendo rendidas después del final de cada pieza y una vez más suben volando sobre el teclado. Y otra vez la audiencia vuelve a escuchar estos sonidos sin respirar. Las dos horas pasaron como si fueran un minuto, y al darme cuenta de que el programa estaba llegando a su fin, lamenté que terminara tan rápidamente. Quise que este sentido de armonía dure y dure, y parece que la mayoría de los presentes tuvimos la misma sensación y se la transmitimos al artista en su altura inaccesible. Después del concierto, cuando el Maestro recibió la ovación prolongada de los presentes, en agradecimiento, nos ofreció uno número más que no estaba programado, algo que raramente sucede en esta sala. Cuando el maestro bajó de su balcón, el público se puso en pie y le saludó con aplausos, que seguían sonando mientras el saludaba y, al mismo tiempo, recibía saludos y flores de los espectadores agradecidos (recibió también un ramo de crisantemos de parte de nuestro sitio Web). Terminado el concierto el artista dio una breve entrevista a la emisora de radio “La voz de Rusia”, y después pasó un rato rodeado por los espectadores que querían darle las gracias personalmente (hicimos de intérprete) y le entregaban sus entradas y programas de mano para que los firmara (y en eso nos hemos unido con ellos). Y recordé las palabras de Raphaël “entre mi público hay gente de todas las edades”, porque entre el público había mujeres, hombres y muchos jóvenes, entre los que se encontraba, un niño llamado Vitalik, de diez años. Cuando el público se fue, nos quedamos en el recinto para hablar con Juan, para comentar la crítica, recordar nuestra querida Barcelona y llegar a un acuerdo inevitable: acudir al concierto de Juan de la Rubia en Espańa.

Alicia Kuchan
17.02.2013
Redaccion - M. Muniente



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